Trabajamos con el cuento "Los tres Cosmonautas" de Umberto Eco y realizamos ilustraciones....
abía una vez Marte.
Había una vez tierra……..
Estaban muy lejos el uno de la otra, en medio del
cielo, y alrededor había millones de planetas y de galaxias.
Los hombres que habitaban la tierra querían llegar a
Marte y a los otros planetas, ¡pero estaban tan lejos. De todos modos, se
pusieron a trabajar. Primero lanzaron satélites que giraban dos días alrededor
de la tierra y luego regresaban.
Después lanzaron cohetes, pusieron perros, pero los
perros no sabían hablar, y a través de la radio transmitían sólo “gua- gua.” Y
los hombres no podían entender que habían visto y a donde habían llegado.
Al final encontraron personas valientes que quisieron
ser cosmonautas. Se llamaban así porque partían para explorar el cosmos, es
decir, el espacio infinito, con los planetas, las galaxias y todo lo que nos
rodea.
Los cosmonautas, al partir, ignoraban si podían
regresar. Querrían conquistar las estrellas, para que un día todos pudieran
viajar de un planeta a otro, porque la tierra se había vuelto demasiado
estrecha y el número de hombres crecía día a día.
Un buen día partieron de la tierra, desde tres puntos
distintos, tres cohetes.
En el primero iba un norteamericano, que silbaba muy
alegre un motivo de jazz.
En el segundo iba un ruso que cantaba, con voz
profunda, “volga-volga”
En el tercero iba un negro que sonreía feliz, con
dientes muy blancos en su cara negra. En efecto, por aquellos tiempos, los
habitantes del África, que finalmente eran libres, habían demostrado ser tan
hábiles como los blancos para construir ciudades, máquinas y naturalmente para
ser cosmonautas.
Los tres querían llegar primero a Marte para demostrar
quién era el más valiente. El norteamericano, en efecto, no quería al ruso, y
el ruso no quería al norteamericano y todo porque para dar los buenos días,
decía: “how do you do”, y el ruso decía. “zgpabctbyutge”.
Por eso no se comprendían y se creían distintos.
Los dos además no querían al negro porque tenía un
color distinto.
Por eso no se comprendían.
Como los tres eran muy valientes, llegaron a Marte
casi al mismo tiempo.
Llegó la noche. Había en torno de ellos un extraño
silencio, y la tierra brillaba en el cielo como si fuese una estrella lejana.
Los cosmonautas se sentían tristes y perdidos, y el
americano, en la oscuridad, llamó a la mamá.
Dijo: “mamie”
Y el ruso dijo: “mama”
Y el negro dijo: “mbamba”
Pero enseguida comprendieron que estaban diciendo lo
mismo y que tenían los mismos sentimientos. Así fue que se sonrieron uno al
otro, se acercaron, juntos encendieron un fueguito, y cada uno cantó canciones
de su país. Entonces se armaron de coraje y, mientras esperaban el amanecer,
aprendieron a conocerse.
Por fin se hizo de día: hacía mucho frío. Y de
repente, de un grupito de árboles, salió un marciano. ¡Era realmente horrible
verlo! era todo verde, tenía dos antenas en lugar de las orejas, una trompa y
seis brazos.
Los miró y dijo: ¡grrrr!
En su idioma quería decir: “mamita querida”, ¿quiénes
son esos seres tan horribles?
Pero los terrestres no lo comprendían y creyeron que su
grito era un rugido de guerra.
Fue así como decidieron matarlo con sus
desintegradores atómicos. Pero de pronto, en medio del enorme frío del
amanecer, un pajarito marciano, que evidentemente había escapado del nido, cayó
al suelo temblando de frío y de miedo. Piaba desesperado, más o menos como un
pajarito terrestre. Daba realmente pena. El norteamericano, el ruso y el negro
lo miraron y no pudieron contener una lágrima de compasión.
En ese momento sucedió algo extraño. También el
marciano se acercó al pajarito, lo miró y dejó escapar dos hebras de humo de la
trompa. Y los terrestres, de golpe, comprendieron que el marciano estaba
llorando. A su modo como lloran los marcianos.
Después vieron que se inclinaba sobre el pajarito y lo
alzaba entre sus seis brazos tratando de darle calor.
El negro, que en otros tiempos había sido perseguido
porque tenía negra la piel y por eso mismo sabía cómo son las cosas, dijo a sus
dos amigos terrestres:
¿Se dieron cuenta? Creíamos que ese monstruo era
distinto de nosotros, pero también el ama a los animales, sabe
conmoverse, ¡tiene un corazón y sin duda un cerebro! ¿Creen todavía que hay que
matarlo?
No era necesario hacer semejante pregunta. Los
terrestres ya habían aprendido la lección. Que dos personas sean distintas no
significa que deban ser enemigas.
Por tanto, se acercaron al marciano y le tendieron la
mano.
Y el que tenía seis, les dio la mano a los tres, a un
tiempo, mientras que con las que le quedaban libres hacía gestos de saludo.
Y señalando la tierra, distante del cielo, hizo
entender que deseaba viajar allá, para conocer a los otros habitantes y
estudiar junto a ellos la forma de fundar una gran república espacial en la que
todos se amaran y estuvieran de acuerdo. Los terrestres dijeron que sí,
entusiasmados.
Y para festejar el acontecimiento le ofrecieron un
caramelo. El marciano muy contento, se lo introdujo en la nariz. Pero ya los
terrestres no se escandalizaron más.
Habían
comprendido que, tanto en la tierra como en los otros planetas, cada uno tiene
sus propias costumbres, pero que sólo era cuestión de comprenderse los unos a
los otros.